La familia es el lugar donde se experimenta un amor incondicionado y donde una persona adquiere la medida de su propio ser.

La familia es, en este sentido, un lugar radical para la persona. Un lugar al que se vuelve y del que se parte, porque es el contexto en el que la persona se reconoce –junto a otros– como singular y única. En la familia se encuentra un clima de intimidad y confianza que hace posible la verdadera relación personal, el encuentro con el otro, no solo la mera convivencia.

La vinculación de una familia es fruto de la necesidad mutua tanto respecto a las necesidades materiales (cuidado, atención, alimento, protección) como al amor incondicional que todas las personas necesitan para reconocer su identidad y para alumbrar el sentido de su propia vida. Esta vinculación es más evidente en las circunstancias vitales de dependencia, pero no desaparece nunca.

La aceptación incondicional y el cuidado de las necesidades que surgen de nuestra corporalidad es una tarea diaria que en la familia se despliega –se vive– en el modo en que cotidianamente se resuelven y cuidan las necesidades particulares –personales– de cada uno de los que configuran el hogar.